Foto Jota Arthom
Cuento de Libro ¨Vivencias¨ de Rosa Ansorena
. ¨No hay tareas elevadas ni humildes. El alma se redime humanamente por el trabajo de sus manos.¨ Jorge Waremberg.
Manos grandes, anchas y rudas.
Se acalambran dormidas y chispean activas. No esperan que el reloj les marque el tiempo ni hay máquina que resista la vibración de sus muñecas combatientes. En el dorso bruñido no crece el vello y la euforia de la eficiencia da relieve y calor a sus venas y tendones.
De palmas encallecidas, hechas a toda tarea donde el trabajo ordena y la virtud es vida. Valientes y aguerridas, pero en su ademán, modestas e ingenuas. Recuerdan las manos pintadas por Rembrandt y Jesús carpintero de Nazareth.
Ásperas como las hojas del cardo. Y así como la presencia de insectos golosos en la flor del cardo denuncia una entraña con mieles, la mansedumbre de los gestos de esas manos descubre un alma sencilla, sin dobleces.
Guían las máquinas en los labrantíos. Siembran y cosechan. Ajustan motores. Vacunan ganado, yerran y operan.
Tan hábiles para empuñar el trócar, como el soldador, el escoplo o el taladro. Tan precisas con el bisturí, el nivel, la aguja inyectable o el microscopio.
Delicadas cuando preparan un frotis, cuando quita la espina, cuando acarician.
Combas y blandas para arrebujar el cordero, el cachorro, el pollito.
Las mismas que muestran ufanas las espigas henchidas del cereal que multiplicaran. Las mismas que trae ramitas de tréboles y gramíneas para los floreros. Las mismas que preparan el mate de madrugada y hacen coronas de verbenas para mi cabeza.
Sucias de tierra, sangre, aceite, estiércol, fertilizante... Manos de hombre trabajador, de corazón limpio y alma de niño, que ama la vida con sana alegría, destellando transparencias de rocío por sus ojos celestes. Que ama la vida y enseña a los hijos a amarla también.
Manos que, chamuscadas de soles y curtidas de escarcha cumplen sin protesta ni alarde la ley divina.
Manos que, en las treguas de arduas jornadas, aletean ansiosas en los libros. Y en el descanso nocturno se juntan con la natural dignidad de las palomas para el rezo.
Forjando están un destino que no sabe de oropeles, menos de desfallecimientos; pero que, por la indomable fe que las anima, resplandecerán, cuando se aquieten, en el país de las bienaventuranzas.
Quisiera poseer del mirlo o del zorzal el trino para cantar a esas manos grandes, ya que de poeta no tengo el verbo. Reconocida mi carencia, beso esas manos grandes, fuertes y ásperas, como las hojas del cardo.
Y digo por los caminos: !Benditas las manos del hombre que azula mis días - del hombre que quiero - y benditas todas las manos con callosidades que honran!.
¨
Daniel Thompson Angenscheidt siendo niño.
Primera comunión de Daniel y Charles (Junior).