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RAZONES PARA QUERER A DURAZNO


Escrito por Gerardo Bello el 5-10-09

Creo que la primer duraznense que conocí, fue Ana. Ella no llegaba a cumplir 15 años y se integró a nuestra barra mercedaria de verano, siendo tan buena nadadora como lo éramos nostros en aquel entonces, ya que había crecido frente a ese afluente de mi río Negro, que es el Yí. Su padre, médico militar y candidato a intendente por el Frente Amplio en Durazno,pagaba sus culpas con la dictadura en el Penal de Libertad. El verano antes de cumplir 15 años, ella manifestaba estar triste pues ya no podría visitar a su papá sin la mampara que hasta entonces lo había separado de su mamá y hermanos, pero no de ella. Era atleta y tenía galardones a nivel nacional. A los 18 dejó tempranamente este mundo.
Una de las cosas que recuerdo, ante una historia tan cargada de hondas vivencias de vida y sufrimiento, era la cantidad de quilómetros que debía recorrer para llegar –vía Montevideo- de Durazno a Mercedes.
Durazno era un lugar remoto para mí. Muy remoto.
Años después y frisando ya la soltería decía yo, que cuando tuviera hijos me volvería al interior. Quiso la vida, que cuando mis mellizos tenían un año, tuve la oportunidad de irme a vivir a Durazno. Me fui solo, un 30 de abril, como avanzada de la familia, entonces la mitad de lo que fue después, y regresé a Montevideo al día siguiente para asistir al acto del Primero de mayo de aquel 1990. Todavía existía la ONDA.
No sé si es necesario decir que en Durazno estaba al lado del Café Sorocabana que sobrevivió hasta que ya en el siglo XXI un remate se encargó de él.
Llegué a Durazno, a trabajar el mismo día en que lo conocí con sus plátanos y sus calles anchas, que aún no han sido flechadas. Allí la familia se duplicó pues tengo tres hijos duraznenses por nacimiento, y los otros tres lo son por adopción.
Durante cinco años la familia vivió en una casa que tenía en el patio embaldosado del fondo, una espumilla,ibiscos, varias plantas de jazmín de cabo, frondosas parras y un añoso jazmín del país, en un zarzo de maderaque amenazaba derrumbarse cada verano. Un día me enteré por un compañero socialista que había vivido enesa misma casa, que cuando en Durazno aún existía el Teatro Español, por dos veces había actuado allí Atahualpa Yupanqui, y que además lo que fue mucho mas importante para mí, en ambas oportunidades había compartido asado y vino en el patio de esa casa, punteando sus milongas debajo del añoso jazmín del país. Reparé el zarzo, y comencé a ponerme de su lado en su pelea con las parras, cada verano.
De chico, en mi Mercedes natal, sabía que había un vecino mercedario que era hermano de Osiris Rodríguez Castillo, el pionero del folclore uruguayo, que le cantaba al monte y al río. En Durazno, ya veterano yo, supe que Osiris, que frecuentaba Mercedes y a sus mozas también, era oriundo de Sarandí del Yí y que el río al que le cantaba era el propio Yí, ese río que me pareció tan angosto cuando llegué a Durazno, en una comparación injusta e innecesaria con el Hum al que vuelca sus aguas, y que arrulla ahora mi sueño en mis días de asueto.Ayer, cuando finalmente se fue Mercedes Sosa, concretándose esa muerte anunciada en mas de una crónica anticipada, me ví sorprendido por la noticia de que su primer contacto con ésta nuestra banda oriental del río al que le cantaba Sampayo, fue el tiempo en que residió en Durazno, junto a su compañero de la vida, con el que ganaban para parar la olla actuando en un boliche duraznense, cuando su país, la patria grande y el mundo no la habían descubierto aún, y no se había casado, ya por segunda vez, con los pueblos que la despidieron este mediodía.
Desde ayer entonces, dos cosas he incorporado a mis vivencias duraznenses. La primera asalta mis pensamientos en forma de curiosidad por saber qué calles y veredas de Durazno bajo los plátanos, transitó la negra Sosa, en qué almacén de barrio hizo sus compras con las monedas que le dieron su voz, su bombo y la guitarra de su marido músico y poeta, y donde la escucharon cantar los duraznenses sin saber quien sería con el tiempo, la dueña de esa voz inmensa. La segunda es la sensación de que hay un cúmulo adicional de razones muy cálidas para querer más y definitivamente a Durazno, si es que yo las necesitaba.
Ambas cosas me hacen mas difícil la tarea de pensar el futuro en otros lugares, sobre todo sabiendo que si me quedo en Durazno, las aguas del Yí me llevarán al final y sin mas vueltas que lo bucles entre el monte hasta las del Hum, más ancho, para así volver a mi Mercedes natal.

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