


Pasé la tarde en el huerto tamizando la tierra para la siembra de almácigos. Y la trivial tarea de separar el polvillo fértil de los terrones y gruesos despojos orgánicos, transportó mi dicernimiento hacia el significado e importancia de lo pequeño.
Las partículas que caían del cedazo, como tantas cosas diminutas y organismos invisibles, originan fenómenos primordiales.
Microscópicas bacterias causan infecciones considerables.
Por carencia de ínfimas dosis de ciertos elementos en la dieta diaria ( proteínas, sales minerales, vitaminas) se producen transtornos orgánicos o estados patológicos.
La tierra que procuraba obtener para sembrar semillas finas de hortalizas es una mexcla de múltiples componentes: partículas minerales de roca desintegrada por erosión o desgaste ( sílice, caliza, arcilla), materia orgánica descompuesta o en vías de descomposición ( humus) y miríadas de vivientes pequeñisimos ( bacterias, mohos, hongos, líquenes).
Las bacterias terrícolas, organismos unicelulares innumerables, pululan ( por bipartición ) constantemente; degradan complejas moléculas de protoplasmas muertos ( de animales y vegetales) por proceso de fermentación o putrefacción y liberan elementos químicos simples (carbono, nitrógeno, fósforo) que se transforman, creando compuestos nuevos que las plantas verdes absorben por sus raíces.
Si esos microbios no operasen en la destrucción de cadáveres como un laboratorio de síntesisis química, proveyendo y almacenando sustancias azoadas esenciales para la vida, los vegetales superiores no subsistirían, tampoco sus consumidores: los animales y seres humanos.
La transformación de la materia mediante combinación de elementos minerales en sustancias orgánicas, establece estrecha interdependencia alimenticia entre todo lo vivo y un vínculo de parentesco entre la humanidad y todas las criaturas del cosmo. Sagrada conexión en virtud de las leyes de la naturaleza que nunca pasará; conexión claramente percibida, con certera intuición y los ojos de la fe, por el Santo de Asís ( en la Edad Media).
Acabada la tarea, cuando la brasa del sol se hundía detrás del monte, la hortelana fatigada y sedienta, de regreso al hogar, se detuvo frente al grifo del molino para beber agua límpida y fresca, que mana del fondo de la tierra. Y renovada, contemplando el firmamento enrojecido, recordó la oración del hermano Francisco:
Loado seas por toda criatura, mi Señor;
En especial por el hermano sol,
Que alumbra y abre el día con bello esplendor.
Por la hermana luna de blanca luz menor,
Útil, casta, humilde! Loado mi Señor!
Y por la hermana Tierra que es toda bendición,
Que nos sustenta y da en toda ocasión
Hierba, frutos y flores de color.
Servidle con ternura y humilde corazón!
Agraced sus dones y las criaturas todas
¡ Cantad a su creación y load a mi Señor!

Cuento: Rosa Ansorena
Armado y Fotografía: Jota Arthom
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