
Fotografía: Sebastián Thompson.
La claridad rosada del amanecer me recuerda que es día de pan casero.
Diluyo la levadura- micro/vida vegetal- en agua tibia, agrego la cucharita de azúcar ( para su reactivación ) y dejo reposar.
Como todo ser viviente necesita alimento, humedad y tibieza para desarrollarse.
Paso por el cernidor la harina a un bol grande, hago un hueco en el centro para incorporar la sal disuelta en agua y la manteca, alternando con la levadura: y mesclo suavemente. Pegajosa al comienzo la masa se vuelve firme y elástica.
En tazón engrasado expuesto a calor húmedo, cubierto con un lienzo, abrigadita, la dejo leudar.
El fermento invisible que estaba dormido despierta, se multiplica y hace crecer la masa. Maravilla de eficiencia expansiva.
Cristo había visto a su madre hacer esto muchas veces y, enseñando a la gente en el monte habló de la sal: “ Ustedes son la sal de la tierra. Y si la sal se vuelve desabrida, ¿ con qué se le puede devolver el sabor?” ( Mt.5.13).
También puso el ejemplo de la levadura:
“ El Reino de los cielos es semejante a la levadura que una mujer mezcla con tres partes de harina, hasta que toda la masa fermenta”. (Mt.13.33).
La palabra evangélica que el trabajo evoca genera meditación.
La fe, don gratuito y respuesta personal intransferible a lo que Dios pide, como vivencia y testimonio de vida, ¿ es fermento activo en el mundo?....
Mientras tanto, la masa ha duplicado su volumen.
Pruebo con los dedos y constato que está a punto.
La retiro del tazón, vuelco sobre la tabla y sobo suavemente.
Labor de transformación del noble elemento de la tierra ( trigo sembrado, segado, trillado y triturado) en alimento esponjoso y sabroso, combustible necesario para el trajinar humano. Sobando... ¡ Que linda, sedosa y liviana está la masa)!.
Arrollo con delicadeza, pero ahora sobo con energía. Cuando se despega bien y revientan las ampollas, está lista.
Divido en partes iguales, les doy forma de bollos y hago dos cortes en cruz.

Sobre chapa engrasada y –cubiertos– los dejo reposar en lugar tibio hasta que dupliquen el volumen.
El horno espera caliente, moderado.
Pinto la superficie de los bollos con manteca derretida o huevo batido y los llevo a cocinar, susurrando: “ En nombre de Dios bendigo; haz que este pan sea conmigo”.
A la hora, dorados y humeantes, con olor de cielo estarán apetitosos estos frutos de sencilla artesanía, amasados con amor por manos laboriosas.
Prodigio de materia transformada para la cotidiana comida, compartida en fraterna comunión familiar.
La claridad del nuevo día se ha dilatado sobre el campo. Todo vuelve a nacer.
Flota una leve neblina que el sol limpia peinando su cabellera rubia en la fragante ramazón de los paraísos florecidos. Y colándose por la ventana desparrama monedas de luz sobre el mantel del desayuno.
Pan criollo, casera delicia rural, ¡ un canto a la vida!.