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La oración del imperfecto.

Tu que callas al borde de mi oscuridad, agáchate benigno a escucharme. Mira como chorreo vergüenza, asustada de las impurezas que no puedo cubrir bajo tu rostro. Perdóname, ¡ oh Dios !, considerando mis hechuras por el íntimo fragor e injerta  otras pupilas en mi  pecho para que no deje de verte en las concupiscencias. ¡ Quede siempre una rendija por donde se cuele la luz !

    Agudiza verticalmente mi entendimiento: pero ábreme en anchura el corazón, inflamándole de piedad.

Infúndeme sabiduría, sentido del orden y del equilibrio que exige la prudencia.

   Enséñame la palabra viva, el acento absoluto y el ritmo grande sin presunción para el consejo.

    Cuide de exigir del otro lo que no rebasa la frontera de mi egoísmo. Dictamine con justicia, use de misericordia: pero sea implacable con los yerros míos.

   Intente toda vez y en todo sitio la armonía fraternal.

    Arroja de mí impuros resentimientos.

   Líbrame del regreso de desazones y desgarraduras y no permitas que me arañe jamás la ingratitud de los que serví.

    Dame la medida de la liberalidad y el tono para el decoro yla templanza. Resista lo ilícito, haga lo debido, evite lo nocivo, cumpla la promesa y desdeñe el interés.

   Arranca de mi fútiles ambiciones y transfusióname fortaleza.

   Hazme paciente en la adversidad como tenaz en el esfuerzo.

    Taladren mis huesos tus lenguas de fuego y que este pavor por el ruido y esta rebeldía silvestre y esta terquedad tan mía – de hacer menos grande la pequeñez -, se torne en vehemente locura de ti.

    Haz que me realice cada día, en rectitud y en respeto, modelándome según tu complacencia y mortificando cuanto estorbe el anhelo superador.

    Que el rumbo de mis venas no tenga otro objetivo que la ultravital contemplación.

    Y te ame aún cuando no te vea, te obedezca aún cuando no me llames, te tema aun cuando se haya apagado en la entraña este ardimiento turbador. ¡ Hasta  que me ahogues sin pausa en tus ojos sin orillas y sin tiempo ! ¡Amén!

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