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Señora de su casa

 Una buena ama de casa  ¿ quién la encontrará ? Es mucho más valiosa que las perlas.                                       (Del libro de los proverbios 31,10-31)

  

   Sin hacer alarde, entre las paredes domésticas y el silencio de incontables renunciamientos, la mujer ejerce todas las profesiones y desempeña cien oficios. Sus manos realizan milagros.

   No hay leyes que reglamenten su trabajo. Jornadas sin horario, semanas sin domingos. No sabe de salario; tampoco de vacaciones. La realidad determina su agenda.

   Dispone del día sin desperdicio, aprovechando el  momento antes de que pase. Resuelve lo inmediato, se preocupa por mañana. El tiempo la ata, la agita, la agobia. Tiempo utilizado en bien de los demás, en un perfecto acto de fe y de amor.

   Trabajadora increíble del hogar. Reclamada sin treguas por las necesidades urgentes e inevitables de los vivientes. Prisionera de menesteres, sin que haga nada para librarse de ellos. ¿Quién puede evaluar el peso de sus fatigas y sinsabores?

    No se pregunta si obedece a un llamado o a un mandato.

Sentirse útil – lidiar desde que madruga a la  noche – y servir, labrando la prosperidad de la familia, constituye su secreta satisfacción. Y es mas ella misma cuando se olvida de sí.

   Sabe que ama a cada uno de los suyos con toda su alma y cuida ese amor como la raíz honda de su apego a la vida.

    El celo en la diligencia es el incentivo eficaz en la persecución de sus propósitos.

   Se consagra y desvive abnegada y dispuesta a cualquier sacrificio .

   Ejercicio del amor en el amor, don de sí.

   Limpia la casa, cuelga cortinas, corta flores para la mesa. Quiere que todo sea grato, cálido, acogedor, que su entorno comunique bienestar a los que traspasan la puerta.

    Hace del hogar un santuario de paz, un fuerte para la seguridad, un refugio de intimidad. Sabe crear en él la atmósfera propicia para el arraigo de nobles sentimientos y auténticos valores.

   Hacendosa, ordenada, previsora y económica; administra y gobierna.

   Todos los seres con alma o sin ella, la necesitan.

   Riega las plantas, alimenta los pájaros, atiende a los niños, cuida al enfermo, consuela al que llora.

   Muebles y retratos, la ropa, el alimento, requieren su animación. Cocina, remienda, plancha, teje. Va y viene del fondo al zaguán, sin contar las veces ni medir premuras, en una vorágine de urgencias ineludibles.

   Los quehaceres acaparan su generosidad; las solicitudes atropellan su libertad. Es la funcionaria siempre disponible.

   Compañera y sostén moral del marido. El ve en ella su lucero y el timón del hogar.

   Auxilia y vigila en los deberes de los escolares. Responde sin evasivas sus preguntas. Observa, corrige, educa.

    Sabia para el consejo, respeta la singularidad y el misterio de cada uno.

   Apacible, dulce y comprensiva; conforta e ilumina.

   Cuántas veces oculta el fragor de un combate interior o calla la quemadura de un disgusto!

   El esposo, los hijos, la casa... son su clima, su mundo, su dicha y su dolor.

   Le dicen  “mamá” y ella no pretende mejor cetro ni mas honor. No reclama otra fortuna que la de ser comprendida. Pero el corazón abierto y sensible no se contenta en darse solo a los suyos. Desborda del cuadro familiar y hace también suyos las alegría y el sufrimiento ajenos.

   Se compadece de los necesitados y desvalidos; quisiera mitigar penas, paliar dificultades, resolver injusticias. Y la desproporción entre el anhelo y lo que puede hacer la acucia en secreto; acaso sea su drama.

   Laboriosa en ofrenda constante de su actividad y conforme con lo que la vida le exige, acepta lo grato y lo ingrato y afronta con entereza la adversidad y lo imprevisto.

   Templada en la renuncia y la oblación de uno y otro día, la señora de su casa, de hacer callado y virtuoso, es mujer llena de verdad.   

   ¡ No sabe el mundo cuanto le debe ! Tampoco sabe ella cuánto hace por redimirlo.

   El aroma y belleza de su alma – indestructiblemente femenina – prodigados en la intimidad, como la pasionaria que seduce en las sombras del bosque, se expanden lejos. Y ella salva, eleva la sociedad; es reserva y fermento espiritual.

   Cuidando de los suyos gobierna la ciudad; administrando su casa colabora en la hacienda pública. Porque la nación comienza en el hogar; el hombre nuevo se forma en él.

   Esa mujer esposa – madre tiene reservado por Dios un sitio de privilegio en el cielo. En la tierra merece amor y veneración.

   No permitáis nunca que ella piense que sus pasos por la vida serán borrados, que sus afanes olvidados.

   No esperéis a obsequiarle flores cuando se aquiete. Brindadle ahora el testimonio de vuestro reconocimiento, el homenaje sencillo que anhela su corazón. Eso basta y sobra para justificar su entrega sin medida ni intereses. Eso es su gloria.


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