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Lluvia de verano

 

La naturaleza gritaba de sed : la vegetación mustia, el suelo reseco y agrietado, las aguadas sin vertientes, los cultivos de sorgo, maíz, zapallo...

   Algunos días, pluviátiles nubes (alto cirrus) arriando conjuntos cual borregadas blancas, subían por el oeste amenazando tormenta que no se concretaba.

   Otras veces, montañas de cúmulo-nimbos algodonosos y grisáceos cubrían el firmamento; luego, tras abrirse una brecha, se dispersaban, frustrando las expectativas de una lluvia reparadora y gratificante.

   Anoche, tras algunos rayos y rugidores truenos, cayeron chubascos de gotas gruesas que sonaban como balazos en el zinc.

   Antes de entornar las ventanas aspiré con deleite el olor a tierra mojada.

   Tormenta de verano – comentamos -; si no viene una masa de aire frío esto no será mas que un aguacero. Pero en la madrugada arreció viento del Sur y después de cierta calma se precipitó la anhelada lluvia, persistente y apacible.

   Las higueras dejaron en el suelo, un tendal de brevas picoteadas por los pájaros, delicias prohibidas ayer en las ramas altas y aprovechadas hoy como mermelada.

   Los manzanos quedaron mutilados sin sus bayas pintonas que, no obstante la extrema acidez, cuajaron una jalea rosada y transparente, bien a punto.

   Los niños jugaron en el corredor y de tanto en tanto, escapaban al galpón donde el padre frotaba arreos, arneses, sogas y tientos con una mezcla de sebo y aceite para su conservación.

   Después de la siesta, fueron a los bretes donde clasificaban majadas a encarnerar.

   Los pájaros contentos descendían a beber y a bañarse batiendo alas en los charcos.

   El aire espeso de humedad multiplicaba el croar de sapos y ranas, el canto vitral de los grillos y el mugido grave de los vacunos satisfechos.

   Es notable el resurgimiento de la vida, el brío de la savia devolviendo turgencia y lozanía a la vegetación.

   Salí al patio y abriéndome el blusón dejé que el agua dulce y limpia del cielo purificara mi cabeza, la cara, los senos y el vientre grávido.

   Imaginaba el rumor jubiloso del arroyo y las cañadas, la laguna creciendo; mañana será el reverdecer del alfalfar y de todo el campo.

   “El Señor hace cuanto quiere en el cielo y en la tierra, envía la lluvia entre relámpagos y saca de sus grutas a los vientos ¡

   Alábenlo porque es bueno, bendito sea.” (Salmo 134)


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