Tu que callas al borde de mi oscuridad, agáchate benigno a escucharme. Mira como chorreo vergüenza, asustada de las impurezas que no puedo cubrir bajo tu rostro. Perdóname, ¡ oh Dios !, considerando mis hechuras por el íntimo fragor e injerta otras pupilas en mi pecho para que no deje de verte en las concupiscencias. ¡ Quede siempre una rendija por donde se cuele la luz ! Agudiza verticalmente mi entendimiento: pero ábreme en anchura el corazón, inflamándole de piedad. Infúndeme sabiduría, sentido del orden y del equilibrio que exige la prudencia. Enséñame la palabra viva, el acento absoluto y el ritmo grande sin presunción para el consejo. Cuide de exigir del otro lo que no rebasa la frontera de mi egoísmo. Dictamine con justicia, use de misericordia: pero sea implacable con los yerros míos. Intente toda vez y en todo sitio la armonía fraternal. Arroja de mí impuros resentimient...